Primera actuación del cantautor en el pueblo turolense de Jorcas, en el año 75.
En un día de duelos y homenajes, desde aquí queremos recordar el paso de José Antonio Labordeta por Teruel. Un seminal tránsito que ya ha sido (y continuará siendo) glosado. Nuestro pequeño homenaje recupera un artículo que escribió sobre sus vivencias con Ángel Novella en el Teruel de los años sesenta.
“Le llamaba don Ángel y fue a mi llegada a Teruel una de esas personas que te abren cobijo sin esperar nada a cambio y que, desde el primer día, te crean unas buenas vibraciones –como se dice ahora- porque su rostro luminoso, e iluminado de una lejana ingenuidad, perdida en tanto por los años, te hacía sentirte bien en su compañía.
Creo que era el último bohemio de Teruel, tal y como se podía ser bohemio en aquel Teruel de los sesenta. Pero apechugó con todo y era el pintor, el dibujante, el alfarero, el historiador y el batiburrillero mejor de la localidad, cuando te mostraba su estudio se aparentaba un poco el final de uno de esos agobiantes tifones que acaban con todo por todas partes.
Siempre me pareció como semejante a un mimbre o junco de río, por la fragilidad y por maneras de comportarse: era educado y, a pesar de haberse encerrado siempre en la pequeña ciudad de provincias, sabía muy bien lo que se andaba perdiendo por todos los rincones del mundo.
En el instituto era como el abuelo bondadoso y un tanto ácrata que repartía sonrisas para todos y que, los muchos años de docencia, lo hacían ya un tanto agnóstico al mundo que se nos venía encima. Todo el mundo le tenía cariño y como director de la Escuela de Artes me cobijó en ella para que mi menguado sueldo –en el sesenta los profesores sólo teníamos "alcurnia" y nada mas- se viese reconfortado con el también menguado salario de la escuela.
Charlamos mucho. Nos hicimos amigos y un día que me llevó a su santa sanctorum para enseñarme lo que era capaz de hacer cuando él creía todavía en el mundo. De lo que me enseñó había un plato de cerámica, de fallida hornada, de una belleza extraordinaria. Le pedí que me lo vendiese. No quiso. Fue y me lo regaló.
Lo guardo, después de tantos años, como un pequeño tesoro y ahora, cuando la cerámica turolense abruma un tanto por la comercialidad, los tonos de oro viejo que guarda el plato con la figura de un león, es una, al menos para mí, joya. Me siento orgulloso de haberla guardado contra el tiempo que todo lo rompe.
Ángel se casó –he aquí otro dato de su vieja bohemia- casi ya jubilado, o jubilado del todo, y algunas veces que regresé a la ciudad a charlar, cantar o politizar, él siempre vino a saludarme con su "señora" que presentaba lleno de orgullo.
Ahora, cuando escribo esto, cuando un ventarrón zaragozano me recluye en mi casa, repaso las figuras del artesonado de la Catedral de Teruel que tanto amaba Ángel Novella y vuelvo, cerrando los ojos, al primer día que, con una emoción incontrolada, me lo fue mostrando al pie de obra. Me estremecí. Me estremezco y pienso en la inmensa belleza que ese artesonado guarda junto al poder asumido por años y años de administración entusiasta de devotos y agnósticos.
No sé Ángel que fue de ti: pero conmigo sigues en la memoria de muchas horas de charla, de convivencia y, sobre todo, en el magnífico plato que preside una de las alcobas de mi casa.”, publicado el título de “Novela (sic)”, en Diario de Teruel, 13 de febrero de 2000, p. 26.
¡Cuanto tiempo ha pasado desde entonces! y con que emoción vivimos esos días. Nos parecía que había mucho por hacer y que formábamos parte de esa corriente de cambio.
ResponderEliminarLabordeta forma parte de esa memoria colectiva para siempre.